lunes, 16 de julio de 2012

Murakami escribía en una parte de Kafka en la orilla: “Soy libre, me digo. Cierro los ojos y, durante unos instantes, pienso que soy libre. Pero no acabo de entender qué significa. En estos momentos, lo único que tengo claro es que estoy solo. Solo en una tierra desconocida. Como un explorador solitario que hubiese perdido la brújula y el mapa. ¿Consistirá en esto la libertad? Ni siquiera lo sé." 

Después de un intenso viaje, del que recuerdo con especial simpatía a mis dos compañeros de asiento (un burgués catalán y un joven veinteañero nepalí), a un abuelito japonés y a una mujer mayor hecha toda una exploradora, creo que es el fragmento que mejor expresa lo que he sentido cuando el vuelo QR 352 de Qatar Airways ha aterrizado en el aeropuerto de Katmandú. He tenido un pequeño momento de estrés al ver que un grupo incontable de nepalíes con carteles me llamaban, todo se ha calmado cuando ha aparecido Sagar con media sonrisa y haciendo correr a todo el personal. Nos hemos subido a un hipotético taxi de aquí y, aunque estaba sudando lo que no está escrito (véase la suma de humedad y aire acondicionado inexistente), no he parado de sonreír en todo el trayecto. Tanto sonreía cuando veía a las gallinas correteando por allí, como cuando veía las nulas normas de tráfico que hay en este país, como cuando me daba con la cabeza en el techo porque los baches hacían que eso pareciese una atracción de Port Aventura.

Hemos llegado al hotel donde estaré mis dos primeros días en Nepal. Se encuentra muy cerca del Thamel, un barrio muy turístico de Katmandú. Allí me esperaba Suren, el coordinador, con una sonrisa de oreja a oreja y con mil cosas por explicarme. Al final ha reducido un poco el ritmo porque ha notado que yo en ese momento aún estaba un poco perdida y necesitaba un poco más de tiempo. Me han asignado mi habitación en el hotel que es muy nepalí. La ducha es un agujero en el suelo delante del váter y he tenido la experiencia de matar mi primera araña y una hormiga que corría por la cama, no quiero imaginarme lo acompañada que dormiré hoy.

Aunque el cansancio cada vez se hacía más presente, no he dormido ni una hora y media en todo el trayecto Barcelona - Katmandú, estaba tan emocionada por empezar a recorrer la ciudad que me he puesto las chanclas de río (estaba lloviendo), el chubasquero y me he ido a recorrer el Thamel. Cuatro horas después me he dado cuenta que llevaba innumerables horas sin comer, estaba totalmente absorta en el paseo y se me había pasado completamente el tiempo. 


Casualidades de la vida me he topado con el Momotarou Restaurant que ofrecía unos buenísimos momos por el módico precio de 160 rupias (1.6€). Una experiencia sublime para el paladar. Sólo os digo que me he quedado la tarjeta del restaurante, por si las moscas, aunque no creo que os sorprenda tampoco. Después de esta suculenta comida, y perdida en el Thamel como estaba, he conseguido encontrar la forma de llegar a la Paknajol Marg que es la calle que me lleva directamente al hotel. Cuando he llegado, mi cuerpo me pedía a gritos una siesta, así que le he hecho caso. Al despertarme, parecía que se nos iban a caer las ventanas, el monzón le estaba pegando fuerte. Aún así, y con heridas en los pies, me he vuelto a poner las chanclas y me he vuelto para el Thamel donde, sin darme cuenta, se me ha hecho de noche. He tenido mi primera experiencia con el regateo que no ha salido nada mal y un indio me ha parado para decirme si era india, que tenía un parecido asombroso con una de las castas indias. De verdad, una no puede integrarse mejor.

Así, con la ciudad de noche, oscura, he vuelto a casa. He vuelto acompañada de esa extraña sensación de que un sitio te es familiar por algo. Y, aunque se ven cosas duras que a veces hacen que camines un nudo en la garganta, cuando cambias la perspectiva y los ves, los ves de verdad, con el corazón, ves la esencia. Que son felices, que te sonríen cuando te miran, que están muy vivos. Que resulta que te enseñan una lección vital a cada paso porque tú, que lo tienes todo, no te sientes ni la mitad de bien que ellos. Me gustaría que nos planteásemos de verdad quién es realmente el pobre aquí.

Con esta reflexión me despido, que es tarde y necesito ya, sí que sí, dormir. Mañana a las 10 me espera Hari, mi profesor de nepalí, para darme clases. Luego haremos un tour por la ciudad con Suren. Que las tiritas me acompañen.

3 comentarios:

  1. No hace falta que mates las arañas, puedes cogerlas con un papel o un vaso (o un papel y un vaso a la vez) y echarlas fuera, seguro que te lo agradecerán ;-)

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  2. Cada día me sorprende lo mucho que se están acercando tus palabras a tu corazón. Parecen agua que emana de una fuente. Espero que nos riegues a todos con tu agua y nos hagas sentir lo que sientes. Tu agua nos hará crecer...

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