sábado, 31 de marzo de 2012

Jack Kerouac, en su decálogo, concretamente en el punto número catorce, nos incita a algo: al igual que Proust, sé un fanático del tiempo. Éste empezaba su extensa novela sobre la búsqueda del tiempo perdido con el primer volúmen que andaba por el camino de Swann (1913) y acababa la misma con el tiempo recobrado (1927). Hay que reconocer que es toda una suerte para Proust haber podido cerrar el círculo.

Yo, aplicándome lo que Kerouac dice, me reconozco fanática del tiempo pero debo reconocer que, últimamente, me pasa algo extraño con él. Ahora siento que el tiempo pasa más rápido. Siento que, cosas que antes parecían completamente lejanas, se están acercando a una velocidad trepidante. Y cuando todo coge una velocidad tan repentina la verdad es que a uno le entra un poco de vértigo. En este punto es donde me hallo. Con el pasaporte hecho, una mochila de cuarenta litros en la que puedo llevar seis kilos, pantalones marrones con facilidad de colocación y lavado y unas botas que me hacen unas llagas considerables. Nunca hubiera pensado por mí misma, y menos hace unos meses, que la vida de alguien para durante un mes y medio podía resumirse en tan poco. La application form está enviada al Nepal con la consecuente elección de un orfanato: el de Indu. Y, a principios de mayo, habrá un día en que pareceré un colador porque me habré puesto todas las vacunas. Después de todo esto sólo estoy segura de una cosa y es que, cuando menos me lo espere, estaré a veinticuatro horas de partir, sin creérmelo aún.

En realidad, no sé por qué me sorprendo tanto de que el tiempo me haga estas cosas si Marco Aurelio ya lo decía: el tiempo es como un río que arrastra rápidamente todo lo que nace.

miércoles, 21 de marzo de 2012

"Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.
-¿Qué me ha ocurrido? - pensó.
No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas. (...) La mirada de Gregorio se dirigió después hacia la ventana, y el tiempo lluvioso -se oían caer gotas de lluvia sobre la chapa del alféizar de la ventana- lo ponía muy melancólico.
-¿Qué pasaría -pensó- si durmiese un poco más y olvidase todas las chifladuras?"

Franz Kafka, en La Metamorfosis, narra un proceso. No, no me estoy refiriendo al proceso mediante el que Gregorio Samsa, el protagonista, se convierte en un extraño insecto. Me refiero al proceso por el que tiene que pasar para darse cuenta de cómo están realmente las cosas a su alrededor, de cómo es verdaderamente la gente que le rodea, de cuál es su realidad. Todo siempre tiene un proceso, aunque las personas lo queramos todo aquí y ahora. Y, aunque necesite una distancia temporal para verlo, puedo afirmar que el hecho de poder llegar a decir que Nepal es mi palabra también ha tenido un proceso. La idea de irme en un voluntariado empezó hará unos siete meses y creo que fue en un viaje a Londres que acabé firmemente de confirmármelo a mí misma, que acabé teniendo claro que sí, que me quería ir. Hay un refrán que dice que del dicho al hecho hay mucho trecho y no creo que encuentre unas palabras más acertadas para describir todo lo que pasó a partir de la toma de decisión.

El proceso comenzó en el momento en que empecé a enviar correos a todos los proyectos que me parecían interesantes y, con el tiempo, me llevé una sorpresa nada grata. La mayoría de organizaciones a las que escribí obviaron mis e-mails y, dos organizaciones que me contestaron, no necesitaban mi ayuda, por decirlo de una forma mínimamente correcta. Resultó ser que el hecho de cursar la carrera de Historia del Arte era un impedimento para realizar un proyecto del estilo, cuando yo en ningún momento había siquiera mencionado el hecho de ir allí como historiadora del arte, iba como persona. Parece ser que hasta en eso tienes menos categoría por cursar mi carrera. Y yo que pensaba que con ganas y esfuerzo se movía el mundo.

De la indignación salieron dos cartas al director hechas por mi madre: una en el Periódico y la otra en la Vanguardia. Gracias a ellas, yo y las personas que apoyaban mi decisión, nos dimos cuenta de que no eran sólo las organizaciones las que pensaban de ese modo, sino también los mismos ciudadanos. Fue allí donde me di cuenta. No era algo característico de los proyectos con los que yo había contactado, era un pensamiento general, algo extendido por todas partes. Yo, por mis estudios, sin tener en cuenta mis ganas, mi motivación, o el simple hecho de ofrecerme para algo así, tenía menos validez.

Acabó pasándome un poco como a Gregorio Samsa. Fue un proceso de darme cuenta de cuál era la realidad en la que vivía, de cómo concebía la gente de mi alrededor las cosas. Un proceso que no fue para nada un camino de rosas y en el que tuve muchos momentos en los que, como bien dice el protagonista, hubiera seguido durmiendo y me hubiera olvidado de todas esas chifladuras. Pero no. Llegó una respuesta afirmativa, alguien que había visto todo lo positivo de la cuestión desde un buen principio. La contestación vino de la mano de Núria y su Riki Tiki Tavi. Y así fue como, subiendo una mañana de febrero a Vic, se confirmó que mi palabra sería, efectivamente, Nepal.

domingo, 11 de marzo de 2012

"Me concedo a mí misma el permiso de estar y de ser quien soy, en lugar de creer que debo esperar que otro determine dónde yo debería estar o cómo debería ser. Me concedo a mí misma el permiso de sentir lo que siento, en vez de sentir lo que otros sentirían en mi lugar. Me concedo a mí misma el permiso de pensar lo que pienso y también el derecho de decirlo, si quiero, o de callármelo, si es que así me conviene. Me concedo a mí misma el permiso de correr los riesgos que yo decida correr, con la única condición de aceptar pagar yo mismo los precios de esos riesgos. Me concedo a mí misma el permiso de buscar lo que yo creo que necesito del mundo, en lugar de esperar que alguien más me dé el permiso para obtenerlo".

Jorge Bucay, El camino de la autodependencia

domingo, 4 de marzo de 2012

“Un puñado de tierra, mi espejo en el cielo."

En homenaje al último film de Icíar Bollaín: Katmandú, un espejo en el cielo. Que, dejando de lado el atractivo de los tópicos cinematográficos, hace que el público se adentre en algo que normalmente no se cuenta, la realidad objetiva. Así pues, nos muestra una ciudad que lleva sus dos caras al extremo, lo que tiene de bueno, lo es mucho, y lo que tiene de malo, también. 
Y a mí, de paso, me ha dado una lección gastronómica. Si alguna vez mi estómago me pide a gritos que no coma más Dal Bhat (दालभात), plato nacional nepalí formado por arroz, lentejas y condimentos picantes o, lo que es lo mismo, lo que habrá para comer cada día, siempre puedo ir al Tibetan Roof Restaurant, en la stupa de Boudhanath (बौद्धनाथ), y pedir Momos (མོག་མོག). Si ya me gustan ahora, no puedo imaginarme cuánto los desearé entonces.