jueves, 9 de agosto de 2012

Vuelvo a las andadas y me dispongo a explicaros todo lo sucedido estos días. Después del festival en Bhaktapur y de visitar la ciudad, ya más tranquila, a la mañana siguiente durante dos horas, cogí la mochila y Sagar y yo empezamos el camino a Namobuddha. Cogimos un bus dirección Dhulikhel y a partir de allí hicimos el camino a pie. Hubo momentos en los que pensé que no llegaba al monasterio ya que son muchas horas de camino y este no es precisamente fácil. La verdad es que la caminata de ida y la de vuelta valieron la pena. Namobuddha pasa directamente a estar en los primeros puestos de mi lista de sitios favoritos.

Deacuerdo con la religión budista, se explica que hace seis mil años había un príncipe que se llamaba Ngingdui Tshenpo. Este es el lugar donde el príncipe donó su cuerpo a una tigresa hambrienta y a sus cinco crías. Después de donar el cuerpo, renació en Lumbini y fue llamado Gautam Buddha. Fue a este mismo lugar con sus aprendices. Syarit, Maao Gyalgi Buku y Gautam Buddha rodearon la stupa tres veces y rezaron tres veces, después de sus oraciones el sitio fue llamado Sangke Fyafulsa. Finalmente, se le otorgó el nombre de Namo Buddha por parte de toda la gente que visitaba el sitio.

Lo cierto es que es un lugar donde sientes realmente la paz y la tranquilidad, tiene un aura muy especial, realmente los monjes te contagian todo lo que son y rápidamente te sientes envuelta en ello. Tuve pocas ocasiones de tener intimidad en esta visita, hubiera necesitado muchísimas más y hubiera necesitado otro tipo de compañía si no ninguna. Al menos para sentir la estancia bien e ir procesándola poco a poco. No fue así pero igualmente guardo un buen recuerdo del sitio y de las ínfimas conversaciones que pude tener con algunos monjes o gente que estaba de retiro espiritual. Entre muchos momentos de paz interior recuerdo estar en la sala de oración con todos los monjes recitando los mantras, recuerdo esa sensación de estar conectada con ellos y tener una tranquilidad total.

A la vuelta bajábamos por otro lado y cogíamos un autobús en Panauti, que yo tenía que irme al orfanato de Indu, al segundo que tenía programado visitar. Después del largo trayecto de vuelta, nos subimos al bus y para mi sorpresa el bus se para en medio de la carretera, veo que todos los otros automóviles tanto públicos como privados también se paran y me encuentro de frente con que han empezado una huelga improvisada (la huelga oficial era al día siguiente). Yo, mi cansancio, y todos los demás ocupantes de los distintos medios de transporte estuvimos esperando ad aeternum en la cuneta de la carretera. Finalmente conseguimos subirnos a otro bus y hicimos camino a Banesor, donde el taxi de VEEP Nepal me llevaría al otro orfanato.

Al subirme al taxi llaman a Sagar, era Suren. Resultaba que a Indu se le había muerto el padre (o el padre de su marido, no lo acabé de entender) ese mismo día y estaba en Pashupatinath. Según la cultura de aquí, a la muerte de un familiar directo tienes que estar trece días continuando el duelo ergo yo, que ya estaba de camino al orfanato, no me pude quedar. De hecho, ni me pude quedar en el orfanato que había puesto con prioridad ni podré quedarme en el futuro ya que los trece días se acaban justo el día que me voy de aquí. Lo que ya acabó de ser sorprendente fue cuando Sagar me espetó, bueno, ahora tienes que volverte al primer orfanato. Sí, lectores, son esas las casualidades del destino que te dejan tibio y te hacen pensar mucho. Realmente, yo me quedé muy fría porque se me había roto todo lo que estaba programado en un santiamén y tenía que tomar algunas decisiones. Pero bueno, como decía Shakespeare: nada es bueno ni malo, solamente lo que pensamos confiere esa calidad.
 
Creí que, después de todo, no había más señales para mostrarme que tenía que quedarme en el primer orfanato que había estado y no pasar una o dos noches aquí e irme a otro, además de que creo que esto no es un hotel para alojar huéspedes que no tienen donde ir repentinamente. En fin, que a la mañana siguiente hablé con Suman y me dijo que no había ningún problema. Cuando llegó Suren hablé con él y le expliqué (o intenté hacerlo) cómo veía las cosas y que sentía que tenía que quedarme, también para asegurar mi estabilidad emocional.

(Anita, que a las seis de la mañana de ayer pasó a ser mi canelón favorito y que, sin darse cuenta, me regaló uno de los momentos más bonitos y especiales que he tenido)

Así que, queridos lectores, aquí estoy y así son las cosas. Me encuentro en el lugar donde empecé, un lugar en el que me siento muy bien y con unos niños magníficos. Son días de reflexión y meditación, para asentar todo lo vivido en Namobuddha, que en realidad fueron más cosas de las que parecen, para asentar todos los cambios repentinos y supongo que, en realidad, para ir asentando poquito a poco todas las modificaciones personales que este viaje suscita. Me quedan diez días para irme y parece que fuera ayer que cogía el avión en el Aeroport del Prat, llegaba a Doha, cogía otro y acababa en el Katmandú Garden, viendo como los niños de la escuela de al lado jugaban en el recreo. Tempus fugit, que decía el poeta. Y, otra vez os lo digo -orgullosa, y con una sonrisa de oreja a oreja-, un beso enorme a todos desde al lado de la fábrica de Pepsicola. 

1 comentario:

  1. la incertidumbre es un regalo cuando lo aceptas te lleva a tu ser

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